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Cuando llegué a Guacochito, bajo el inclemente sol de domingo al medio día, busqué con mi sobrina un lugar donde pudiésemos almorzar y refrescarnos. Ya antes nos habían hablado de "Ocha", prácticamente el único lugar cercano para comer; así que, luego de andar un poco, encontramos un parlante gigante con vallenatos bien altos, unas mesas dispuestas para el servicio y a Ocha, con sus ojos amorosos, fuertes y soñadores.
Les invito a darle voz a Rosa Farelo en la sección "Oír historias".
Laura Bracho, Guacochito - Cesar.

Rosa Farelo, jocosamente conocida como "Ocha", se ha dedicado a la venta de comidas en el corregimiento de Guacochito - Cesar por más de diez años. En sus ojos se refleja el profundo amor que le tiene a su proyecto de vida, con el que espera ayudar también a otras mujeres de la comunidad.



Rosa Farelo, jocosamente conocida como "Ocha", se ha dedicado a la venta de comidas en el corregimiento de Guacochito - Cesar por más de diez años. En sus ojos se refleja el profundo amor que le tiene a su proyecto de vida, con el que espera ayudar también a otras mujeres de la comunidad.
MUJERES DE RESISTENCIA:
Por: Angélica María Pérez Vega

Mujeres de resistencia, es una serie fotográfica realizada en los corregimientos de Camarones, Juan y Medio y Matitas ubicado en el municipio de Riohacha, La Guajira.
Las fotografías retratan a 10 mujeres de más de 55 años que viven en la zona rural y que a pesar de los años siguen en la lucha sin poder descansar. Este es un honor a ellas, a su trabajo, a su esfuerzo y dedicación.
Los saberes de Rita



Práctica ancestral de sacar viento con una vela y un vaso.

Rita Mercedes Benjumea Medina tiene 58 años, nacida y criada en el corregimiento de Matitas. Tuvo 4 hijos de los que ya tiene 15 nietos y 2 bisnietos.
Ella tiene una particularidad, es de las pocas mujeres que conservan saberes en la partería en el pueblo. No le gusta hacerlo porque considera que ya no tiene buena vista, pero cuando se ofrece la oportunidad de ayudar a alguna mujer cercana, que se encuentre de urgencia lo hace sin vacilar.
Es fiel creyente de los remedios naturales y la medicina tradicional. Saca vientos del cuerpo utilizando un vaso, una vela y una moneda y alivia los dolores estomacales con el paico y la hierbabuena.
No le gusta salir a trabajar a la calle así que siempre ha trabajo desde su casa. Se dedica a la venta de yuca, plátano y cualquier otro cultivo de pan coger. Hace dulces y comidas y no se niega a ningún trabajo, si la llaman a lavar o a planchar lo hace, pero todo siempre desde la comodidad de su hogar.
Se considera una mujer de resistencia porque ha pasado por muchos momentos que han sido muy difíciles para ella, ha visto morir a cuatro de sus hermanos, a su madre y a su padre y aunque le genera mucho dolor, es fuerte por sus hijos y sus nietos a los que espera ver crecer y convertirse en hombres y mujeres de bien.
La cazuela de Raque




“Una mujer que quede sola, sin marido y con un hijo, lo que debe hacer es trabajar, para no rebajarse y depender de otro”
Raquel López Suarez es una mujer artesana que vive en el corregimiento de Camarones, La Guajira. Nadie le enseñó este arte, ni siquiera su madre, persona a la que vió ejercer esta labor durante muchos años. Solo bastó ver detenidamente cada paso y repetir hasta encontrar la forma más cómoda de hacerlo. Lo único que necesitó fue barro y ganas de salir adelante para que el talento fluyera.
Raquel hace anafes, cazuelas, tinajas, ollas, calderos, alcancías, juguetes para niñas, macetas y todo lo que se le pudiera ocurrir. El barro que utilizaba lo recogía en las sábanas, lo mojaba y lo mezclaba con una arena fina y lo revolvía como si fuera harina pan. Después con una tabla y una cuchara de totuma coloca la bola de barro y empieza a moldear. Ella no empata las partes con pegamento o usa moldes especiales, todo lo hace con sus manos. Incluso para quemar las piezas lo hace de forma artesanal, no tenía hornos ni nada que se le pareciera. Ese proceso lo hacía en un fogón de leña improvisado.
Cuando las piezas estaban terminadas tomaba unas cuantas, las ponía sobre su cabeza y salía a recorrer las calles de Riohacha ofreciendo sus productos. Como no tenía marido y solo tenía una hija, se iba con ella y regresaba cuando ya hubiese vendido todo.
Raquel está próxima a cumplir 76 años y es de las pocas mujeres que conservan el conocimiento de esta labor, las nuevas generaciones no se han interesado en aprender y ella debido a las secuelas de un accidente que tuvo está impedida a hacerlo. Así que lo que se conserva de su labor son algunas de las piezas que quedaron hechas antes de aquel fatídico accidente.
Los fritos de Benita




Benita Sebastiana Redondo Oñate, es una camaronera de 68 años que heredó su nombre a su abuelita. Se dedica a hacer fritos, dulces y sopa. Pero la pandemia le ha afectado su producción, con el alza de los precios a la comida no ha podido seguir haciendo dulce porque ya no le es rentable a la venta. Así que se quedó solo con la venta de fritos en la puerta de su casa.
Muy temprano empieza su día, se levanta a las 4 de la mañana a preparar la masa y armar las empanadas para que a las 5:30 a.m. su esposo coloque la pequeña vitrina con las arepitas de queso, empanadas de pescado, de camarón y de pollo que hace Benita. Como complemento también venden tinto, chicha de arroz y jugo de mora y tomate de árbol.
El ayudante de Benita es su esposo, quien se levanta a las 3:20 a hacer el tinto y a limpiar el patio y barrer el frente. Así que mientras Benita está fritando en el patio, su esposo está en el frente vendiendo la producción.
Los fritos los vende a mil pesos y diario vende aproximadamente 15 arepas, 7 empanadas de pollo, 10 de camarón y 10 de salpicón de pescado. Las ganancias de la venta les alcanza para solucionar algunos gastos de la casa y para comer.
Benita hace esta labor hace apenas 4 años, nadie le enseñó su entusiasmo y ganas de salir adelante han sido sus mejores maestros.
Además de sus fritos también hace bolas de coco, dulce de leche y coco, de papaya de corozo y todo el dulce que le pidan lo hace. Aunque afirma que hay unos que no se anima a hacer que son el de yuca y el de papa por la exigencia de su preparación.
La cocina de Elfa




Elfa Quintana Mejía tiene 86 años nació y creció en Camarones. Tuvo un matrimonio en el que tuvo 9 embarazos, pero solo llegaron a edad adulta cinco de ellos, los cuales ya fallecieron.
En su vida ha hecho de todo, su curiosidad por la cocina la ayudó a mantener su hogar porque fue madre cabeza de familia. Aprendió a cocinar desperdiciando plata como menciona ella, de acierto y errores, donde fue probando recetas hasta encontrar el punto perfecto. Así fue como inició en la panadería y la repostería.
Elfa empezó en la cocina con un horno que compro con el dinero que ganó empeñando una cadena. Como aún no sabía nada de la panadería comenzó vendiendo plátano asado. Después perfeccionó su receta y ya ofrecía pudines y preparaba unas galletas a las que bautizó como “galletas de cresto”. Y así, con su horno fue probando otras recetas, como el merengue, el queque, el amasa pan, el brazo de reina y deditos de queso.
Uno de sus lugares donde vendió comida fue en la Institución Educativa Luis Antonio Robles, ahí se ubicaba en la salida con dos bolsas de harina pan con la que hacía arepuela de que queso y de huevo, llevaba deditos, café de leche, huevo tibio, queque y bracito de reina.
Actualmente Elfa vive sola, ya no cocina como antes, la edad ya le cobra factura. A pesar de todo, aún hace sus dulces y cualquier pudín que le pidan. En el frente de su casa coloca una mesa con una taza llena de panelitas de leche y coco que vende a mil pesos. Con esas ganancias se ayuda a pagar algunos gastos y comprar su comida.
Feya




Felicita Beatriz Prado Amaya o Feya como le dicen sus allegados tiene 73 años, vive en el corregimiento de Juan y Medio y ha dedicado su vida al trabajo en el campo, pues tuvo que buscar una opción para mantener a sus hijos.
Tuvo dos matrimonios y fruto de ellos dio a luz a 9 hijos, 4 del primer matrimonio del cual quedó viuda y 5 del segundo en el que tuvo muchos conflictos porque su esposo se molestaba ya que él no quería mantener “hijos ajenos”, así que decidió sola con sus hijos salir adelante. Cuenta que le tocaba tirar machete como un hombre y al regresar, cumplir con las tareas de madre y ama de casa.
Hoy, a pesar de que ya no tiene hijos que mantener y los años ya empiezan a pesar, sigue trabajando, siembra yuca y plátano en su patio, atiende a sus gallinas y demás animales y de vez en cuando hace dulces, arepas y pastelitos para vender.
Es inquieta, no le gusta vivir en la ciudad, prefiere el campo y cocinar en leña, aunque esto le haya costado su vista, pues ya no puede ver bien. Aun así, se niega a vivir en Riohacha donde sus hijas le han ofrecido atenderla, pero ella no puede estar sin hacer nada.
Feya cuando está trabajando se levanta a las 4 de la mañana, hace desayuno y sale a trabajar temprano, cuando el sol se calienta se regresa pues no le gusta asolearse. La labor de la agricultura la aprendió de su padre, pues fue a el a quien siempre vio trabajando en el campo, pero llegó a hacer este oficio por voluntad propia, nadie le enseñó lo que debía hacer, ella misma se dispuso a poner en práctica lo que vio haciendo una y otra vez.
Y así, vive tranquila, a veces en compañía de su hermano y rodeada de sus cultivos.
Los dulces de Rosa




Rosa Córdoba Mejía nació en Tomarrazón, pero llegó de 16 años a Matitas, es por eso que ella se considera una Matitera de corazón. Actualmente tiene 93 años y desde muy joven hace dulces. Empezó cuando tenía tan solo 10 años y siguió haciéndolo hasta que su vista se lo permitió. Cuenta que en sus inicios vendía los dulces a los enamorados del pueblo que buscaban que regalarles a las señoritas y que en ese entonces el precio por el los vendía era un centavo.
Rosa hace dulce de leche, de coco, de ñame, de marañón y de tomate de cocina, pero como ya no se puede acercar al humo del carbón hace cubetas, bolis y chicha, mientras que su hija es la que se encarga de hacer y salir a vender el dulce. A pesar de los años, dice que no deja de trabajar porque le gusta manejar “su platica”.
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Es una mujer fuerte, tuvo 18 hijos sin ayuda de médico u hospital y ninguno se murió. Su esposo y gran amor fue Moisés Ojeda, reconocido ganadero de la región. Dice que no tenía necesidad que trabajar porque su esposo le daba todo, pero le gustaba mantenerse ocupada.
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Mientras que su esposo se encargaba del ganado, ella sembraba de todo tipo de cultivo. También vendió Chirrinchi porque en su casa tenían una caseta donde la gente iba los fines de semana a bailar.
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Lastimosamente Rosa fue una de las tantas víctimas del conflicto en la región, los guerrilleros acabaron con todos sus bienes, secuestraron a su esposo e hijo y los dejaron sin ganado, llevando a la familia a la quiebra.
Pero lograron salir adelante, ya no con las mismas facilidades, pero el dulce y la agricultura los ayudaron a sobrevivir.
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Rosa aunque no ve bien y su escucha es un poco limitada sigue sonriendo, recibiendo el aprecio de quienes la estiman y de vez en cuando se tira unos pasos de baile con los que recuerda su juventud.
La sopa de meme




María de los Remedios Toro Barros, es cocinera, nació y creció en el corregimiento de Camarones, La Guajira. Tiene 15 años de estar cocinando, labor que le ha ayudado a sostener los gastos del hogar y a mantener y educar a sus 8 hijos.
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Meme asegura llegar a la cocina por necesidad y es que no tenía como sobrevivir, así que decidió un día empezar a vender sopa y poco a poco fue añadiendo más platos al menú. Actualmente vende desayunos por encargos, almuerzos y por la noche ofrece fritos. Vende papas rellenas, patacones y empanadas. Y dice que su especialidad es el arroz de camarón y de coco.
Su rutina diaria empieza a las 5 de la mañana, en ese primer momento prepara su café y mientras se lo toma, medita lo que va a realizar en el día, cuando se lo termina ya sale decidida y clara en lo que va a hacer. Empieza temprano a buscar los huesos, la costilla y cualquier verdura que le haga falta, para que a las 8 de la mañana ya pueda empezar a preparar todos los alimentos. Meme trabaja de domingo a domingo y sale de la cocina a las 7 de la noche.
Muchas veces dice que no va a cocinar más, pero no sabe vivir sin hacer nada, todavía se siente con fuerza para trabajar y lo seguirá haciendo hasta que el ánimo se agote.
Meme no solo cocina, también sale a mercar y es la encargada de las labores de su casa, así que tiene que distribuir su tiempo entre el negocio y papel de madre y abuela.
Los domingos son los días más movidos, los borrachos y trasnochadores aprovechan el fin de semana para parrandear, así que las mujeres, los niños e incluso los mismos hombres salen con sus ollas rumbo a donde meme para que le venda sus seis mil pesos de sopa.
Rosa no toma churro, lo vende




Rosa Marina Benjumea Deluque es una mujer matitera de 84 años. Se casó a los 18 años y tuvo 13 hijos de los que viven aún 9 de ellos. Ella trabajó en la antigua compañía Tabaco Rubio donde se desempeñó como recolectora. Lavaba, planchaba ropa ajena, así como también pilaba maíz y cortaba leña y también hacía bollos y arepas para la venta.
Actualmente vive sola, pero por la noche la acompaña un nieto. Vende churro y hace cubetas que la ayudan a sostenerse y ganar un poco de dinero. Para la venta del ron lo que hace es encargar dos galones a Riohacha, envasarlos y revenderlos en Matitas. Aunque dura sus temporadas sin venderlo por el desvelo que le genera no deja de hacerlo porque es lo que le da vida.
La historia de Rosa tiene una particularidad y es que ella vivió muy de cerca el atentado por los guerrilleros en el 2002 a la estación de policía en Matitas, su casa queda a penas a media cuadra así que cada cilindro que estalló lo pudo sentir claramente. Sus paredes se agrietaron y las puertas se desprendieron por los fuertes impactos. Gracias a esos trágicos momentos vividos uno de sus hijos que sufre de una discapacidad cognitiva se niega a vivir en el pueblo por el miedo que le generan los disparos y la violencia.
Si le preguntan a que se dedicó ella dirá que, a parir, pues cada dos años estaba en espera de un nuevo integrante. Su relación con sus hijos es buena, unos se preocupan más que otros, pero ella vive tranquila, compartiendo con los amigos que van a visitarla por las tardes y comiendo, pues asegura ser ese su pasatiempo favorito.
El machete de La Negra




Enith Eneida Martínez Buitrago, “la negra”, nació en Lorica Córdoba, el 5 de abril de 1969. Llegó a La Guajira muy joven en busca de mejores horizontes. Toda la vida le ha gustado la agricultura y es en lo que trabaja desde que tiene 12 años. Llegó a Riohacha y especialmente a Matitas a los 18 años y desde entonces va a su pueblo natal solo de visita.
“La negra” vive en Piyaya, una comunidad agrícola que hace parte de Matitas, ahí tiene unas tierras donde siembra yuca, ají y maíz. Ordeña, pesca y también hace potreros y limpia guardarrayas. Algunos aseguran que ella “tira machete como un hombre”. Y no es mentira, Enith trabaja en sociedad con el mayor de sus hijos varones y de esta forma se ganan entre ambos el dinero para poder vivir.
Enith aprendió esta labor de la mano de su abuelo, quien les dejó a sus hijos y nietos el legado del trabajo del campo. Para ella es un orgullo ser una mujer berraca en el monte. Le gusta tirar machete y no se visualiza vivir en el pueblo sin nada que hacer.
Enith es una mujer pacifica que no se mete con nadie, pero asegura que quien le busca la pelea la encuentra, pero hasta el momento, ni ella, ni sus hijos han tenido un problema con alguien.
Su pasatiempo es ir al pozo con sus nietos a pescar y luego que termina sus tareas juega parques, domino o saltar cuerda con ellos. También le gusta la parranda y de vez en cuando se toma sus traguitos.
Su mayor anhelo es tener un pedacito de tierra propio donde pueda vivir con sus hijos sin que nadie la moleste y poder acomodar sus animales, pues vive en un terreno ajeno que teme que en cualquier momento se lo pidan.
Manos trabajadoras




Angela Cornelia Prado Amaya tiene 86 años, vive en Juan y Medio y se considera una mujer luchadora. Salió adelante trabajando en el campo y cuando regresaba se ponía a vender comida. Hacía arepas, buñuelos y dulces. Fruto de ese trabajo fue que logró comprar sus terrenos y animales y por supuesto sostener el hogar y solventar los gastos de sus dos hijos.
Angela nació en San Francisco un pequeño caserío que quedaba ubicado muy cerca a Juan y medio, pero que con el tiempo las personas lo fueron abandonando hasta quedar deshabitado.
Nunca ha sido una mujer de problemas, siempre ha trabajado de forma honesta y nadie se metía con ella, al contrario, habla de que los campesinos y soldados que recorrían la región la cuidaban por su buen servicio y amabilidad.
Le gusta cocinar, aunque ya no lo puede hacer porque le humo le afecta la vista. Pero recuerda como luego de “echar machete” se bañaba en el río y llegaba a la casa a montar su olla de dulce. Solía hacer de coco, de corozo, de leche y de papaya.
También molía maíz y hacía la “harinita”, un dulce típico de la región que se come seco acompañado de azúcar.
Su compañero fue su hijo, quien la ayudaba a vender los dulces y los fritos que hacía, así que mientras ella cocinaba él se encargaba de recibir el dinero y atender a las personas que llegaban a comprar.
Aunque ya no tiene las mismas fuerzas, Angela toma su mochila con su rula y su lima y madruga todos los días para ir a su finca, allá va a darle vuelta a sus animales y a ver cómo van los cultivos.
TRES MUJERES ARTISTAS DE RIOHACHA
“Tres mujeres artistas de Riohacha” es una serie de fotografías que narra visualmente tres generaciones femeninas que se desenvuelven en las artes plásticas. Nace de la necesidad de validar y resaltar el legado de las mujeres artistas del territorio, principalmente las hijas de la diáspora africana. Así conocer no solo los rostros de Bélgica Quintana (1937), Edita Rojas (1975) y Kellys Barros (1992) sino adentrarnos en la intimidad de sus hogares, sus espacios de trabajo, la maternidad. Los contrastes generacionales, la juventud- vejez, las añoranzas y recuerdos que hacen parte del sinfín de historias que guardan sus cuerpos y sus voces. Estas tres mujeres se identifican a viva voz como hijas de la diáspora africana en La Guajira lo cual se evidencia incluso en sus obras. Esta serie de fotografías es la revelación que exalta la existencia y el innegable aporte artístico y cultural de las mujeres nativas de la región, a través de la pintura, el muralismo y las manualidades.
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En la sección "Oír historias" encontrarás las entrevistas a Edita Rojas y Kellys Barros donde su propia voz cuenta su brega por la dignificación del arte y su apuesta por la construcción de paz.
Thalía Parody Peñaranda, Riohacha




Bélgica Quintana de Márquez
Nacida en 1937 en Riohacha. Se autoreconoce como “Descendiente de los africanos que entraron ilegalmente y engrilletados”. Delineante de arquitectura y la primera mujer artista plástica integral en estos lares. Pese a todas las dificultades por las que debían pasar en Riohacha las personas interesadas para acceder a la educación o formación artística, fundó en su juventud junto a su esposo el fallecido artista wayuu Antonio Márquez, la Escuela de Artes Márquez, una de las primeras escuelas de artes en el territorio. Bélgica habla desde la añoranza de su taller donde reposan sus obras y las de su esposo de los recuerdos de toda una vida de pujanza y lucha para tener un espacio de representación y de desarrollo en la vanguardia artística, en el teatro, en las exposiciones, en las noticias del territorio así como en los eventos importantes que logró vivir durante su formación académica en las artes en Bogotá y Venezuela.




Edita Rojas Atencio
Nacida en 1975, en Riohacha. Destacada Maestra en Artes visuales y docente del área de artística, donde ha enfocado su trabajo como constructora de paz sembrando y explorando en la niñez y adolescencia riohachera los dotes del arte, lo cual vemos como un legado cultural y generacional. Edita es una de las alrededor de 13 personas graduadas del extinto programa de Artes Visuales de Uniguajira (graduada en 2007). Ha recibido reconocimientos de su Alma Máter, así como del Fondo Mixto para las Artes por su obra y presencia en el ámbito artístico y cultural guajiro. Dedica su vida a su trabajo con la niñez, a su núcleo familiar el cual en su totalidad se dedica al arte y a seguir pintando y guiando al futuro de la sociedad por un sendero realmente libre por obra del arte.



Kellys siempre habla de la "fiebre de aerosol" para referirse a la obsesión de sus estudiantes por rayar las paredes con tan preciado objeto.

Kellys Barros Almendrales
Nacida en 1992, en Riohacha. Kellys es directora de radio y tv, muralista, madre y rescatista de animales en situación de indefensión. Ha enfocado su trabajo en el muralismo y las artes comunitarias instruyendo a población de todas las edades. En su propuesta el trabajo colectivo, los colores vibrantes y la fauna y flora guajira son los protagonistas. Kellys es la matrona del muralismo y el graffiti joven riohachero, a través de su organización llamada “Lápiz con pies” ha creado escuela y laboratorio artístico para las y los jóvenes de los barrios periféricos de Riohacha.